Los postres de la merienda (II)
Pa jacelo me sobran asaúras,
me sobra halbeliá, me sobra juerza,
pero dejaba perdia a la mi genti
sí en el ajo me cogin y me enrean.
¡Y aunque no! Ni mi padrí jizu eso
ni me ijo en jamás que lo jiciera,
ni andinantís he sio de la uña
ni quieri la mujel que ahora lo sea.
¡Ni falta que jadia ni pensalo
con un jornal contino de peseta!;
pero súas y súas como un negro
y a ganalo algún mes cuantis que llegas.
¡Y asín tiene que sel! Yo no me arrocho
a jacel la brutá, más que me muera,
porque a mí no me sale la robaina
¡y antis me junda que me jaga a ella!
Seguiremos asín, como poamos,
aguantando, aguantando lo que venga,
jasta que ya se llenin las medías,
¡porque me gierí que el muchacho y ella
no se puean jartal de pan de trigo
ni un torresnino pa colalo tengan!...
Por aquí iba Francisco en sus pensares
cuando de pronto resonó ya cerca
el trote de la jaca que montaba
el amo que no daba la peseta.
Y ante Francisco, en ademán airado,
gruñó el verdugo con la voz muy seca;
"No quiero jornaleros comodones
que a la sombra tan frescos se me sientan,
ni señoritos finos que se tardan
una hora en comerse la merienda.
La herramienta parada, tú sentado,
y luego, ¡que te paguen a peseta!
Te debo medio día, deja el corte
y a la noche te vas a por la cuenta."
No dijo más, y al trote de la Jaca
salió del olivar por la vereda.
Mirándolo Francisco como a veces
suele mirar al domador la fiera,
murmuró con la voz un poco ronca,
preñada de amenazas y algo trémula:
"¡Me caso en Reus!... ¡Lo que yo jaría
si el chico y la mujel se me murieran!..." |